Por: Armando Alvarez Bravo
El Nuevo Herald, Artes y Letras, Noviembre 1999

 

Creo que esto le sucede a cualquiera que ve un cuadro del pintor cubano Luis Vega. Quiere simultáneamente, adueñarse en la totalidad de la imagen, a la vez que precisar cada minucioso detalle de esa imagen. La razón es obvia. Tanto lo uno como lo otro tienen un rango mayor y destilan una enorme fuerza que, de manera singular, se nutre de su silenciosa serenidad, su sobrenatural naturaleza y de una belleza en que alienta lo evidente y lo deseable.

El artista, nacido en La Habana, en 1944, formado en la Academia de San Alejandro y en Historia del Arte en la universidad de la capital cubana, es un creador que, desde el inicio de su carrera, destaca tanto por su fidelidad a la temática paisajística como por su capacidad de plasmarla en la esfera de sus máximos.
La nueva exposición que presenta el pintor en Elite Fine Art, de Coral Gables, constituye un cabal exponente del personalísimo rumbo que ha dado a su arte y sus significados, y de un casi inconcebible refinamiento de su capacidad de ejecución.

Vega es un depurado pintor realista con un mágico dominio de las posibilidades del detalle que integra en lujosa totalidad. En el marco de la plástica cubana actual, tan estremecida por propuestas estéticas, muchas veces antagónicas y tantas deplorables, el expositor ha alcanzado, sin que ello conlleve una serialización temática calada de inmovilismo, la expresiva seguridad de una imagen propia que identifica a los creadores en posesión de una firma de estilo.

El paisaje es el universo de Vega. Más precisamente, el paisaje cubano. En este sentido su trabajo se inscribe en una tendencia con un real peso específico en la actual creación de los artistas cubanos. Esta puede ser producto de varios factores. Los esenciales, desde las inapresables sutilezas inherentes al impulso creativo motivador, son la preservación de la comprometida imagen del fascinante paisaje nacional, la posibilidad de realizar una obra ajena a los dictados de una política estético cultural impuesta sin fisuras por el régimen totalitario imperante en la isla y, también, es el caso del expositor, un afán totalizador de mantener el espíritu e imagen de la vertiente paisajística nacional y, a su vez, dotarla de unas nuevas posibilidades expresivas.

Este ultimo factor determina que lo cuadros, la pintura que en final instancia es pintura que plasma incesante el artista, sea proliferante imagen de una realidad que, por encima de cualquier tipo de circunstancia, eterniza la memoria y proyecta más allá de sus marcos referenciales la fuerza genesica de la imaginación impulsada por el deseo.

No existen en Cuba los paisajes que pinta Vega. No pueden ser otros que los paisajes cubanos sino son los que nos entrega esta pintura de soberbios lujos visuales. Así, para darle su verdadera impronta a la imagen constitutiva del patrimonio visual cubano en su vigencia y posibilidad, el arista reorganiza los elementos de ese paisaje, dándoles un latido que determina que la nueva imagen no solo sea armoniosa continuación de la imagen arquetipica de ese paisaje, sino también nuevo territorio de sus significados. De esa suerte, la obra del creador se sustenta tanto en la fidelidad a los datos de la realidad como en sus transformaciones ideales. Hace que realidad e imaginación coincidan sin que se produzca una ínfima contradicción  La raíz de esa otredad parte del hecho de que Vega ha tomado en toda su integridad un universo y, desde la distancia de su exilio-un exilio que con su tragedia todo lo decanta y fija en su esencialidad , lo ha liberado de sus fronteras para que acceda a la plenitud de una nueva dimensión que se ahonda en la imagen definitiva del espejo negro que hizo inmensa la pinacoteca de los grandes maestros.

El artista ha ceñido su filosofía de la creación afirmando: Para mi pintar es una reafirmación nostalgica sino, por el contrario, intento reflejar la fuerza y la vitalidad que representa nuestra nacionalidad, que por medio de una naturaleza desafiante que se rebela a un espacio opresivo buscando aires de libertad”.

Hay una idea en esa declaración que quiero subrayar. Es la conciencia que tiene el creador de que su arte no puede subordinarse a los preceptos de lo político, sino que tiene que ser estrictamente arte. En buen romance. Nada de pintura de circunstancia ni de compromiso. Ambas, casi sin excepción, son desastres de la plástica latinoamericana que, en la mayoría de los casos, únicamente han servido de refugio e inversión a los mediocres y la canalla. Solo obra que desde su única y estricta esencia creativa, conlleve la fundamental idea de la libertad desde su misma libertad.

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Armando Alvarez Bravo
Critico de Arte / El Nuevo Herald